lunes, 3 de febrero de 2020

Querido Salomón

Por Ángeles Álvarez Moralejo

Cuando la Parca se empeña en cerrar los ojos a alguien que ama la vida, que disfruta de su entorno formado por su mujer, sus hijos, sus nietos, sus familiares, sus amigos y paisanos, nada podemos hacer para evitarlo. Pero por qué la vida es tan cruel con personas como Salomón, que se lo ha llevado sin previo aviso. No en vano estuve con él tan solo tres días antes de ser ingresado, con su botellita de agua en la mano, por prescripción médica porque tenían que operarlo. Le pregunté y sin importancia alguna me dijo que tenía que pasar por quirófano, pero que en unos días volvería como nuevo. Estoy segura que no se imaginaba ni por asombro que tenía sobre él la espada de Damocles. Bromeamos como siempre y más ese día en el que solo bebía agua, normalmente compartíamos un verdejo en la barra del bar, de pie, claro. Nunca lo vi sentarse en ninguna mesa. Iba y venía siempre acompañado porque su carácter hacía que todos fuéramos sus amigos. Tenía muchas pandillas. Tómate algo, le decía cuando coincidía con él. No, que vengo con estos, me contestaba. Otras veces se adelantaba y cuando quería pagar mi consumición alguien me había invitado. Por supuesto había sido él. ¿Quién iba a ser?
Hace ya la friolera de 40 años cuando entré en contacto con él. Yo estaba en la Universidad y un verano me dijo. Oye ¿Te gustaría trabajar con nosotros? Él había sido destinado a Salamanca con entonces su empresa Dragados y Construcciones, porque tenían una obra importante que realizar en Salamanca. Tras convencer a mi padre, que se negaba a que trabajara en nada antes de acabar mis estudios, le dije que sí. Como tenía  las clases por la mañana, iba a su oficina por las tardes. El trabajo era muy simple: coger el teléfono, llamar a los subcontratistas, hacer las facturas y poco más. Pero mi relación con Salomón fue magnífica. Siempre estaba de buen humor. Jamás lo vi enfadado ni siquiera preocupado por nada, a pesar de que aquella obra le acarreó muchos quebraderos de cabeza. Con esa actitud descubrí que era una persona muy especial: cariñoso, generoso, imprescindible en su trabajo, simpático y buena gente.
De ahí que su muerte me haya provocado un sentimiento de tristeza enorme. Siempre sientes las partidas de la gente que quieres, pero algunas más que otras. Nunca pensé que la de Salomón iba a ser tan triste para mí. Será que ha sido muy inesperada  o que realmente le tuviera más cariño del que pensaba.
No puedo imaginar los momentos de chateo en mi pueblo sin la presencia de Salomón, formaba parte de ese paisaje. Estoy segura de que sin quererlo seguiremos viéndolo de un lugar a otro tomando sus “cacharros”.
Formará parte de esas personas que son eternas y que a pesar de marcharse físicamente, siempre quedará su espíritu pululando por nuestro pueblo y de manera indeleble en nuestros corazones.