miércoles, 23 de julio de 2008

Oficios en extinción

Por Ángeles Álvarez Moralejo

Muchos son los oficios tradicionales que van desa­pareciendo debido al avance tecnológico, a las nuevas formas de vida o vete tú a saber por qué. La cuestión es que ya no oímos por la mañana a la mujeruca que venía con una burra vendiendo la leche por las calles y que gritaba: ¡Lecheraaaaa! Tampoco al hojalatero, que arreglaba las cacerolas de aluminio o zinc. Ni al alguacil que iba por las calles con su chiflato y, colocándose en las esquinas o zonas más estratégicas del pueblo, pregonaba los acontecimientos, avisos, bandos o noticias del señor Alcalde; o que nos avisaba si había algún tendero en la plaza para poder comprar sardinas o melones. El colchonero que se pasaba periódicamente por los pueblos para deshacer y volver a hacer los colchones de borra o lana, después de haber soportado todos los sudores provocados por ese sol de justicia que cae en verano en Castilla. Y, ¿cómo olvidar al sereno? Bien es verdad que no existía en los pueblos, pues allí no era necesario vigilar los portales de las casas, porque no existían, pero en todos los barrios céntricos de las ciudades, grandes o pequeñas, pululaba durante toda la noche ese personaje fantástico, amable y entrañable que era el sereno, con su manojo de llaves de todos los tamaños, atado a la cintura, y que además de abrirte el portal cuando llegabas a horas intempestivas, cantaba la hora: ¡La una, y sereno!

Uno de esos oficios se mantiene y es lo que me ha provocado escribir este artículo, se trata del afilador. Aun viviendo en pleno centro de Madrid, me sorprende que este personaje (siempre gallego), perviva en este estilo de vida. Mantiene toda la tradición, como es su bicicleta adaptada con la rueda de afilar y su filarmónica característica que toca para que sepamos que está enfrente de nuestro portal a fin de que le bajemos todos los cuchillos y objetos cortantes que tengamos en la casa y que necesiten ser pulidos para seguir cortando el jamón o un buen chuletón, además de la cebolla y los ajos en la cocina. También tiene su grito de guerra: ¡Afiladooooor! Cuando lo oímos no podemos por menos de acordarnos de aquello que dice: "Cuando oigas al afilador es que va a llover". La verdad es que muchas veces es cierto. Pero a santo de qué funciona esto. Será porque, como dije antes, la mayoría de los afiladores son gallegos y siempre entran por el oeste las borrascas.

En fin, muchos más son los oficios que ya no existen o están en extinción: segadores, limpiadores, encajadoras, hilanderas, amas de cría, lavanderas, planchadoras, plañideras, etc.

Los tiempos cambian, afortunadamente, y a muchos de estos oficios los han sustituido las máquinas, en otros casos el estricto seguimiento sanitario o el consumismo y en otros el cambio de sentimientos, ya no contratamos a nadie para que llore a nuestros muertos, los lloramos nosotros y listo. Socialmente ya no tiene validez la cantidad de plañideras para valorar el status social de una familia.

0 comentarios: