¡Quién iba a decirme a mí hace la friolera de más de 24 años que me dedicaría a este quehacer de enseñar español a extranjeros! Cualquiera que hubiera osado en aquel momento comentar semejante "sinrazón" lo hubiera tachado de loco. Sin embargo los avatares de la vida te llevan, a veces, a configurar un destino irrevocable, no por ello peor que otras opciones.
Pues bien, en mis primeras lecciones como profesora experimenté el hecho de cocinar en casa de mis alumnas, pues allí era donde les daba la clase al carecer de lugar propio e, incluso, de identidad. Hispania Estudio-2 nació mucho después, cuando ya había pateado toda esta inmensa ciudad de norte a sur y de este a oeste, que era donde vivían diseminados mis estudiantes.
En cuanto los estudiantes aprendían a saludar, ubicar las cosas y tener nociones de cómo se conjugaba el tiempo presente, diccionario en mano que les ayudara, comenzaban a proponerme que les enseñara a hacer una tortilla de patatas, una paella, albóndigas, croquetas, gazpacho, sopa de ajo o cualquier plato que resultara comestible. Bien poco sabía yo entonces de cocina, pero tampoco, mucho de enseñar español, pues cuando sales de la universidad el tema pedagógico brilla por su ausencia. Sin embargo, igual que me atreví a enseñarles los primeros pasos en esto de la lengua, también lo hice con la cocina. Tengo que decir que muchas fueron las llamadas que hice a mi santa madre para que me diera una receta de las suyas.
¿En qué consistía la clase de cocina? Pues, en eso, en hacer un plato (el que tocara o el que propusiera el alumno en cuestión) delante del estudiante y entre fogones nos poníamos él y yo manos a la obra con sendos mandilones.
Me di cuenta de que aquello había sido un acierto, pues mis alumnas de entonces eran jóvenes casadas con ejecutivos japoneses que venían a España, obligadas por el destino que las empresas otorgaban a sus maridos y estaban condenadas a permanecer presas en sus domicilios, debido, principalmente, a no poder articular ni una palabra en español.
Cuando teníamos clase de cocina el día anterior les escribía una lista de cosas que tenían que comprar. Así se veían obligadas a ir al mercado y pedir 100 gr. de gambas, 250 gr. de pollo troceado, un cuarto de almejas, una rodaja de congrio abierto o de rape, etc. Claro está que con la hojita en mano iban dando cuenta de la lista al pescadero, carnicero, pollero, verdulero, etc. Con esta acción ellas comenzaban a romper el silencio que las esclavizaba en España, al menos durante las primeras semanas.
Ya en la cocina aprendían rápidamente tanto el nombre de los útiles de cocina, como de los ingredientes y productos usados para el plato a preparar; sin olvidar el significado de una ingente lista de verbos que se usan para tal menester culinario: hervir, cocer, batir, rehogar, freír, asar, escurrir, secar, picar, cortar, trocear, lavar, fregar, etc. etc.
Expresiones del tipo "al vapor", " al horno", "a la plancha", "a fuego lento/rápido", etc.
Todo esto acabó cuando, con ayuda de la diosa Fortuna, decidí seguir enseñando español, pero en una escuela. Aquí no había cocina ¡qué pena! incluso algunas de aquellas mis primeras alumnas, a veces, me pedían que les hiciera albóndigas o croquetas, aprovechando los fines de semana.
Después de casi 20 años, en los que también les he explicado muchas recetas de manera teórica en clase y viendo la ilusión que les haría poder aprender a hacer todos eso platos típicos de nuestra cocina española "in situ", hemos decidido crear un aula-cocina con el nombre de Cocina Estudio-2.
No será una clase de cocina al uso, sino que deseamos que sea una clase de cultura gastronómica en la que los participantes podrán aprender muchas más cosas que exclusivamente cocinar. Contemplaremos el estudio de los productos, el clima y la geografía, además de su cultivo. Maridaremos los platos con los vinos adecuados y los cataremos. Aprenderemos, incluso, a poner una mesa dependiendo de las situaciones.
Aquel sueño se ha hecho realidad y gracias a aquellas alumnas no sólo aprendí a enseñar español sino también a cocinar, pero ahora queda un deseo: el de que salga todo como esperamos, para ello sólo necesitamos una cosa: participación y confianza en nuestro proyecto.

De lo que fue un monasterio levantado por orden de los Reyes Católicos hoy se conserva la iglesia gótica, que fue concluida alrededor del año 1505, y un claustro renacentista posterior, integrado en la ampliación del Museo del Prado conocida como el "Cubo de Moneo". Durante la ocupación francesa de 1808 el monasterio sufrió daños importantes, procediéndose a su restauración muchos años después, durante el reinado de Isabel II. La fisonomía de la Iglesia cambió bastante debido a la incorporación de dos torres en el ábside, que constituyen hoy su imagen más reconocible, asomando por detrás del Prado. No obstante, en la fachada oeste, mostrada en la foto, se intentó ejecutar una reconstrucción fiel.
Levantada a principios del siglo XV, esta torre de estilo mudéjar es la edificación civil más antigua de Madrid que sigue en pie. Está situada en la plaza de la Villa, haciendo esquina con la estrecha y sinuosa calle del Codo, en la cual esconde una curiosa puerta con arco de herradura. Cuenta la leyenda que se usó como prisión de lujo para el rey Francisco I de Francia, aunque lo que sí es seguro es que en la misma, adosada a una casa señorial, vivió la familia Luján durante varios siglos. Más tarde, debido a su altura, se utilizó como estación del telégrafo, y después ha sido sede de diferentes sociedades. A mediados del siglo XIX sufrió una cuestionable remodelación que desvirtuó totalmente su aspecto, hasta que en 1910 le fue devuelto su estilo original. 







Y, sin embargo, el símbolo estrellado, tan viejo como nuestra civilización, las representa. Las estrellas del firmamento son puntos, pero bajo ciertas condiciones, por ejemplo al entornar los ojos, podemos obtener la ilusión de que tienen brazos o puntas, igual que los equinodermos asteroideos, más conocidos como estrellas de mar (adivinen por qué).