lunes, 22 de noviembre de 2010

El silencio

Por Ángeles Álvarez Moralejo

El silencio es el recurso que más refleja la economía lingüística. Muchas son las situaciones en que esta actitud comunica más que toda la verborrea que podamos expresar con palabras. Ya lo dijo Diógenes “Callado es como se aprende a oír, oyendo es como se aprende a hablar, y hablando se aprende a callar”.

Bien es verdad que el tema del silencio va asociado a las diferentes culturas y dependiendo de cada una de ellas, tiene un significado diferente. En español, el dicho “El que calla, otorga” no podríamos aplicárselo, por ejemplo, a los japoneses; ya que si ellos callan no están aceptando tu respuesta necesariamente, sino que lo que están haciendo durante el tiempo que dura ese silencio es procesar tu propuesta a fin de que algo o alguien misterioso y superior le infunda cierta respuesta. Hasta entonces jamás sabrás si están de acuerdo o en desacuerdo. Por lo tanto en el silencio nipón puede haber aprobación o rechazo, pero nunca lo sabrás, excepto que necesites una respuesta activa e inmediata del tipo que sea.

Cuando somos niños una de las cosas que primero nos enseñan nuestras madres es aplicar aquello de que “en boca cerrada no entran moscas”, para contener los impulsos verbales de los niños que parlotean sin sentido y en situaciones inadecuadas, así aprendemos a hacer comentarios cuando realmente es relevante.

Últimamente cuando me topo con debates estúpidos de esos que abundan en algunos de los canales de TV observo que los que más hablan y gritan son los que menos información nos dan, es decir, los más ignorantes, a veces parece como si se escucharan a sí mismos, sintiéndose orgullosos de la demagogia que sueltan; sin embargo no transmiten nada. En cambio, cuando tenemos la suerte de escuchar a alguien con recursos culturales suficientes, es un placer para nuestros oídos escuchar su disertación, con el aplomo que lo hace, sin gritar, y nos damos cuenta de que con muy pocos enunciados nos informa de todo aquello que piensa y que nos interesa escuchar.

Mi padre, a pesar de no ser un hombre culto (debido a la época que le tocó vivir en plena meseta castellana), siempre nos decía que “no hay cosa más atrevida que la ignorancia”.

Pienso que en el silencio prudente está la bondad, la generosidad y la honradez. Hablar por hablar es tontería (como diría uno de nuestros actores cómicos); debemos hablar cuando realmente tengamos algo que transmitir, ser como la radio que siempre está callada excepto que la encendamos para enterarnos de noticias; de lo contrario debemos observar y callar. Ya lo dijo Martin Luther King “Lo que realmente me preocupa no es la maldad de los malos, sino el silencio de los buenos”. Con el silencio podemos criticar, aprobar, rechazar, construir, discutir, debatir… mucho más que con el uso de miles de palabras enlazadas en frases inútiles y carentes de información. Quizás la clave esté, por lo tanto, en el silencio de los japoneses. Entre ellos no hay lugar a duda cuando lo practican, la incomprensión de ese silencio se origina en los que pertenecemos a la cultura del ruido.

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