miércoles, 17 de noviembre de 2010

Escapada troglodita

Por Ángeles Álvarez Moralejo

Son muchas las formas de que disponemos a la hora de desconectar del mundanal ruido, como diría Fray Luis de León, pero los que soportamos el ruido infernal de una gran ciudad exprimimos al máximo el cerebro a fin de encontrar el silencio, la quietud, la naturaleza y el ambiente que en nada nos recuerde al que nos envuelve diariamente.


Este fin de semana lo he descubierto y he vuelto a casa plena de satisfacción ¿Por qué? Pues porque he estado en una zona nueva para mí, he descubierto paisajes que incluso la luna le tendría envidia por lo desnudo, ceniciento, seco y desolado; sin embargo no se trata de un plagio, pues todo esto estaba matizado con muchos colores, colores propios del otoño, época en la que estamos, ocres, rojizos, amarillos, verdes, etc. Todo ello me ha transportado a eso, a un lugar totalmente diferente. Por otro lado el contraste paisajístico en poco kilómetros es increíble. A esas montañas desnudas y arcillosas, salpicadas de cuevas trogloditas, con una vegetación pobre de retamas aisladas, podemos contemplar campos de olivos preñados de aceitunas, josas de árboles frutales, grandes y alineadas alamedas que presagian la riqueza acuática que las mantiene erguidas como lanzas hacia el cielo, fincas de encinares donde pacen tranquilamente los toros bravos, acequias naturales formadas por aguas que contienen tal riqueza de minerales que a lo largo del tiempo, debido al sedimento de los mismos, han formado verdaderas murallas rocosas, aguas termales que favorecen la instalación de balnearios a los que la gente acude a fin de aliviarse de sus problemas de salud… Y como vigilante perpetuo de todo esto y en el centro de la zona se alza Sierra Nevada, con sus dos picos más altos, el Veleta y el Mulhacén, cubiertos con un manto blanco de nieve como si se tratara de un ser supremo protegiendo toda la zona.


Para poder disfrutar de dicho ambiente nada mejor que pernoctar en una cueva troglodita, cuevas excavadas en las laderas de las cárcavas, de color rojizo provocado por el origen arcilloso del material que las forman. Pues bien, elegí el complejo llamado “Habitat troglodita Almagruz”. Se trata de un complejo de cuevas con doble origen: unas son milenarias, excavadas en las paredes verticales de la montaña y que son conocidas como “cuevas de acantilado” y otras de nueva creación que son las que alojan a los que de alguna manera buscamos emociones nuevas en nuestra forma de movernos a fin de conocer esta geografía que tanto y tan bueno ofrece a nuestros sentidos.


Al abandonar la autovía, entramos en un camino que nos anuncia que no vamos a un lugar normal, es un camino sin asfaltar que nos ascenderá al complejo. Ya arriba, el espectáculo es sorprendente: en forma de media luna hay una gran excavación en la colina, en semicírculo se nos presentan unas pequeñas fachadas pintadas de blanco que nos indican la ubicación de cada una de las cuevas. El centro está presidido por una gran piscina. Es una mezcla rara entro lo de antaño y lo de hoy, entre lo añejo y lo nuevo. Sobre las cuevas observamos una gran terraza donde se yerguen chimeneas blancas con forma fálica que nos indican el pasado oscuro de las cuevas más viejas, tal vez en alguna época fueran lugares secretos donde se realizaran actos no muy acordes con la moral del momento (todo esto, claro, no exento de su propia leyenda).


Al abrir la puerta de dos hojas que las protege, el panorama es sorprendente: una gran bóveda excavada en el seno de la montaña, bañada con un blanco manto de cal, casi cegador, se aparece ante tus ojos y lo contemplas con estupor. ¿Este es mi alojamiento? No, no puede ser, debe de haber algún malentendido. Vuelvo a recepción y me confirman que esa es la cueva donde podré alojarme. ¡Fantástico! – pienso.


Es un espacio diáfano con dos ventanas enrejadas que dan al exterior. A la derecha hay una especie de mostrador de madera rústica que separa a la cocina de la entrada, está totalmente equipada, no le falta nada. ¡Qué bien, podré cocinar! Mas adelante como excavado en el suelo, con un nivel por debajo, hay un foso cuadrado, que delimita la chimenea, rodeada de asientos con cojines para que la estancia sea más cálida todavía. Ya al fondo de este primer espacio está la mesa de comedor, bien puesta, vestida con manteles individuales de lino y vajilla de cerámica de la zona. Entro por un arco natural revestido con borde de ladrillo y a la derecha está el cuarto de baño, con suelo de pizarra y ducha romana, está separado del resto con una puerta. De frente otra puerta me introduce en el dormitorio con una gran cama en el centro. Muebles rústicos, luces indirectas, cerámicas, ropas, mobiliario, etc. todo totalmente acorde con el ambiente. En el techo de la bóveda principal, una especie de tragaluz permite que la cueva reciba luz del exterior, además podemos graduar la intensidad de luz que deseemos con un interruptor. La temperatura de la cueva, aunque también dispone de calefacción, viene a ser de unos 20 ó 22 grados, por lo que su estancia dentro de ella es agradabilísima.


En el exterior es una delicia salir y darte de frente con una perspectiva única: cárcavas rojizas, olivares, alamedas, más cárcavas, valles y al fondo las majestuosas cumbres de Sierra Nevada, todo ello bajo el azul intenso del cielo o un firmamento estrellado iluminado por una media luna. No tiene ningún desperdicio, sea de día o de noche.


Además de estas maravillosas cuevas, el complejo dispone de un Centro de Interpretación fantástico, en el que podemos apreciar los ciclos de la seda, del queso, de la matanza, del esparto, etc. También señalar la casa de labranza decorada a la manera de la época en la que se utilizaba.


En fín, es un lugar turístico-cultural para poder pasar un fin de semana diferente e interesante.


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