jueves, 1 de septiembre de 2011

Una carta, por favor

Por Ángeles Álvarez Moralejo

Desde que Bill Gates nos regalara este juguete loco que nos sirve para absolutamente todo , como es el mundo de Internet, hemos desechado cantidad de cosas tradicionales que eran de suma importancia para la comunicación humana y social y que actualmente han pasado, lamentablemente, a mejor vida. Me estoy refiriendo, entre otras muchas, a la literatura epistolar. ¿Quién escribe hoy en día una carta, ya sea de pésame, de agradecimiento, de invitación, de reproche, de desamor o de amor?


Bien es cierto que tanto el correo electrónico como los SMS o las redes sociales nos facilitan un contacto más diario y directo con la gente que forma parte, de alguna manera, de nuestro entorno social: compañeros, clientes, familiares, amigos, parejas, colegas, etc; sin embargo ¡qué diferentes son los textos que usamos en estos medios a los que expresábamos en una carta!


Si asaltáramos al cartero en plena calle cuando se dispone a hacer el reparto de la correspondencia, nos sorprenderíamos al fisgar en su carrito y ver que (me atrevería a decir) todas las cartas son del banco, de la compañía eléctrica, de Telefónica, del seguro, del Ministerio de Hacienda, de la Dirección General de Tráfico, de la Seguridad Social, o de la Agencia Tributaria (entre otras). Es decir, en lugar de darnos satisfacción y alegría, lo que hacen es ponernos en el disparador; no las esperamos con impaciencia, sino que nos sorprenden con desilusión. Aquí está la diferencia. Y nos preguntamos ¿Qué he hecho yo para merecer esto?


Recuerdo en este momento a Pedro Salinas en su libro recopilación “Cartas a Katherie Whitmore”. Esa larga espera por recibir la carta de su amada, espera que duraba incluso meses debido a que la distancia era tan larga que había que esperar a que el barco-cartero cruzara el Atlántico. Durante todo el tiempo el poeta, al contrario de desesperarse se unía en una especie de simbiosis mucho más a su amada, sin conseguir en ningún momento olvidarla y la unión, si cabe, se intensificaba; mientras que los sentimientos explotaban cuando caía en sus manos por fin la añorada y esperada carta.


No es lo mismo hacer un clic con el ratón y abrir el correo que coger la carta en el buzón, ver su remite, acariciarla, olerla, abrirla cuidadosamente a fin de no romperla, sacar la cuartilla, desdoblarla y leerla. ¿Cuántas veces se puede leer y releer una carta? Pedro Salinas nos expresa la sensación y los sentimientos que él tenía:


Sólo el peso de tu carta en el bolsillo me servía de prenda, de prueba. Vivía yo en ese rectángulo de papel. Era el lugar más cierto del mundo. Y antes de poder abrirla, así, cerrada y en el bolsillo, tu carta era el puente con la vida, el sí que me daba la vida a la pregunta atormentada: «¿Soy? ¿Es? ¿Somos?». Sí, sí, sí. Todo, sí. Todo, sí, oye, todo sí. Y luego en mi cuarto la leí. La he leído. La leeré. ¡Cuántas delicias!


Primero la delicia de ir aprendiendo tu escritura, tu letra, de tropezar en una palabra y descifrarla, por fin. ¡Tu escritura, un modo más de ti, una manera más de vivir tú! Primera carta tuya, en inglés. Júbilo, júbilo, alegría. ¡Sensación festival, inaugural, de promesa, de fiesta!


Siempre la conservarás en un lugar privilegiado, oculto, pero a mano, para disfrutar de ella siempre y cuando quieras. Pasan los años y ahí permanece con el mismo sentido del primer día, añeja pues su color blanco ha ido cogiendo solera y lo indica con ese color amarillento que todavía le da más empaque.


¿Por qué no fomentamos de nuevo la costumbre de comunicarnos con los nuestros a través de las cartas? Aun, a veces, siendo comprometedoras y testimonios directos de ciertos acontecimientos, deberíamos escribirlas; así podríamos dejar una herencia a nuestras generaciones venideras, que gozarán de toda la información del mundo, pero carecerán de lo que engendra la esencia misma del ser humano: los sentimientos y la humanidad que subyace en todos nosotros. Si nuestros antepasados no las hubieran escrito nos habrían privado de parte de nuestros orígenes.

1 comentarios:

Miguel dijo...

¡Ah, qué tiempos! Creo recordar que la última carta que escribí fue de desamor. Ella me dio calabazas por teléfono, y al día siguiente yo la puse a caer de un burro por correo ordinario (nunca mejor dicho). Hoy seguro que me hubiese roto el corazón por sms...